En un día como hoy, este año recordaremos a algunos de los autores que han sabido ver, valorar, y, sobre todo, cantar, lo mucho que hay de poesía en la mujer trabajadora o en el trabajo (remunerado o no) de la mujer. Muchos de ellos son hombres, sí, porque la lucha por la igualdad no es un enfrentamiento entre sexos, sino que nos enriquece a todos. Ya no somos, ni queremos ser, ni quieren que seamos, un ideal abstracto o un ejemplo de delicadeza y hermosura sin más.
Se trata, como siempre, de una antología subjetiva y poco rigurosa, que naturalmente podéis ampliar a través de vuestros comentarios.
Corazón mío, reina del apio y de la artesa:
pequeña leoparda del hilo y la cebolla: me gusta ver brillar tu imperio diminuto, las armas de la cera, del vino, del aceite, del ajo, de la tierra por tus manos abierta de la sustancia azul encendida en tus manos, de la transmigración del sueño a la ensalada, del reptil enrollado en la manguera. Tú con tu podadora levantando el perfume, tú, con la dirección del jabón en la espuma, tú, subiendo mis locas escalas y escaleras, tú, manejando el síntoma de mi caligrafía y encontrando en la arena del cuaderno las letras extraviadas que buscaban tu boca. |
Tu casa suena como
un tren a mediodía,
zumban las avispas, cantan las cacerolas, la cascada enumera los hechos del rocío, tu risa desarrolla su trino de palmera. La luz azul del muro conversa con la piedra, llega como un pastor silbando un telegrama y entre las dos higueras de voz verde Homero sube con zapatos sigilosos. Sólo aquí la ciudad no tiene voz ni llanto, ni sin fin, ni sonatas, ni labios, ni bocina sino un discurso de cascada y de leones, y tú que subes, cantas, corres, caminas, bajas, plantas, coses, cocinas, clavas, escribes, vuelves, o te has ido y se sabe que comenzó el invierno.
Pablo Neruda: Cien sonetos de amor
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Libre te quiero
como
arroyo que brinca
de peña en peña, pero no mía. Grande te quiero como monte preñado de primavera, pero no mía. Buena te quiero como pan que no sabe su masa buena, pero no mía. Alta te quiero como chopo que al cielo se despereza, pero no mía. Blanca te quiero como flor de azahares sobre la tierra, pero no mía. Pero no mía ni de Dios ni de nadie ni tuya siquiera. Agustín García Calvo |
Si te quiero es porque sos
mi amor, mi cómplice, y todo. Y en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos. Tus manos son mi caricia, mis acordes cotidianos*. Te quiero porque tus manos trabajan por la justicia. Tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada. Te quiero por tu mirada que vira y siembra futuro. Tu boca que es tuya y mía, tu boca no se equivoca. Te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldía. Y por tu rostro sincero y tu paso vagabundo y tu dando por el mundo, porque sos pueblo te quiero. (Y porque amor no es aurora, ni cándida moraleja, y porque somos pareja que sabe que no está sola.) Mario Benedetti |
Son de cal y salmuera. Viejas ya desde siempre.
Armadura oxidada con relleno de escombros.
Tienen duros los ojos como fría cellisca.
Los cabellos marchitos como hierba pisada.
Y un vinagre maligno les recorre las venas.
Van temprano a la compra. Huronean los puestos.
Casi escarban. Eligen los tomates chafados.
Las naranjas mohosas. Maceradas verduras
que ya huelen a estiércol. Compran sangre cocida
en cilindros oscuros como quesos de lodo
y esos bofes que muestran, sonrosados y túmidos,
una obscena apariencia.
Al pagar, un suspiro les separa los labios
explorando morosas en el vientre mugriento
de un enorme y raído monedero sin asas
con un miedo feroz a topar de improviso
en su fondo la última cochambrosa moneda.
Siempre llevan un hijo todo greñas y mocos,
que les cuelga y arrastra de la falda pringosa
chupeteando una monda de manzana o de plátano.
Lo manejan a gritos, a empellones. Se alejan
maltratando el esparto de la sucia alpargata.
Van a un patio con moscas. Con chiquillos y perros.
Con vecinas que riñen. A un fogón pestilente.
A un barreño de ropa por lavar. A un marido
con olor a aguardiente y a sudor y a colilla.
Que mastica en silencio. Que blasfema y escupe.
Que tal vez por la noche, en la fétida alcoba,
sin caricias ni halagos, con brutal impaciencia
de animal instintivo, les castigue la entraña
con el peso agobiante de otro mísero fruto.
Otro largo cansancio.
Ángela Figuera Aymerich: Los días duros
Sobre las doce y media
llamas para contarme tus llamadas,
cómo va tu trabajo,
me explicas por encima los negocios
que llevas en común con tu ex-marido,
debes sin más remedio hacer la compra
y me echas de menos.
El teléfono quiere espuma de cerveza,
aunque no, la mañana no es hermosa ni rubia.
Sobre las cuatro y media
comunica tu siesta. Me llamas a las seis para decirme
que sales disparada,
que se queda tu hijo en casa de un amigo,
que te aburre esta vida, pero a las siete debes
estar en no sé dónde,
y a las ocho te esperan
en la presentación de no sé quién
y luego sufres restaurante y copas
con algunos amigos.
Si no se te hace tarde
me llamarás a casa cuando llegues.
Y no se te hace tarde.
Sobre las dos y media te aseguro
que no me has despertado.
El teléfono busca ventanas encendidas
en las calles desiertas
y me alegra escuchar noticias de la noche,
cotilleos del mundo literario,
que se te nota lo feliz que eres,
que no haces otra cosa que hablar mucho de mí
con todos los que hablas.
Luis García Montero
Y, para acabar, como ya hicimos el año pasado, un recuerdo a las mujeres, que, a lo largo de los siglos, han trabajado en el campo de la literatura. Esta vez, con un vídeo realizado por escolares:
Encántoume o video das mulleres escritoras premios nobel e tamen as poesias que escolliches para a celebración. E dicir gústame todo o que buscas para o blog
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