Es curioso, que encuentre algo en común entre mis alumnos y algunos escritores, lo que a veces siento hacia ellos: AMOR Y ODIO. Si en la entrega de premios San Clemente, en Santiago, me puse como una colegiala al ver de frente a Colm Tóibín o enmudecí con su descripción de la crucifixión como algo cotidiano (asombroso cuadro de Mantegna que ayer entendí, gracias a sus palabras) también lo odié por hacerme ver a María tan humana en su Testamento de María. Si en ese mismo acto, entendí (de corazón) las palabras de Cercas sobre la literatura ("la realidad mata, la ficción salva" , "es ese juego en el que uno se lo juega todo. El que escribe y el que lee") no sabe él cuánto lo odié por hacerme entender que yo también soy una impostora, ya desde su primeras páginas de El impostor. Si también adoré a Feijoo por lo que dijo de los profes ("recordade quen vos ensinou a ler"), cuánto lo odié por dejarme colgada de un teléfono en la última página de "Memoria da choiva". Pues lo mismo me pasa con mis alumnos, que los odio cuando en clase me traspasan sin verme con la mirada o cuando no sacan de ellos lo mejor de ellos, pero los adoré en este viaje a Santiago, con esa ilusión contagiosa, esas ganas de vivirlo todo.
Y la reflexión del acto...pues la misma que la última vez, hace ya cinco años. En aquella ocasión tuve el privilegio de poder escuchar a Henning Mankel y salí exactamente con la misma sensación que ahora. Una sensación realmente agridulce. Porque cuando habló un alumno/a, cuando habló un profesor o cuando
habló un autor, se llenaba la sala de un aire especial, daba la
impresión de que todo podía ser posible, todo podía ser mejor. Y en ese
momento, llegué a creer que es importante, que es necesario todo lo que
hacemos dentro y fuera del aula, llegué a creer que somos parte del
presente y del futuro... Aunque quizá todo fue una vana ilusión, porque terminó el acto un político (me da
igual el color) y entonces se rompió la magia. Con dos líneas de su discurso, desapareció esa áurea que se había creado, la piel ya no se me
erizaba, porque él ya no estaba en nuestro mundo. Y eso significa que
nosotros, alumnos, profes y escritores, tampoco estamos en su mundo, y
eso es terrible.
Podrá haber mil leyes más de educación, pero si no comparten nuestras ilusiones, nuestras ficciones y realidades, entonces, nada puede mejorar...
Podrá haber mil leyes más de educación, pero si no comparten nuestras ilusiones, nuestras ficciones y realidades, entonces, nada puede mejorar...
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